Danza general de la muerte
Aquí comienza la danza general, la cual trata
de cómo la Muerte dice y avisa a todas las
criaturas que presten atención a la brevedad
de su vida, y que a ella den su justo valor.
Y así mismo les dice y avisa que vean y oigan bien lo que
los sabios pedricadores les dicen y amonestan cada
día, dándoles buen y sano consejo para que pugnen
en hacer buenas obras, para que alcancen el perdón
de sus pecados. Y luego muestra lo que dice, llama
y requiere a todos los estados del mundo, por experiencia,
para que vengan de buen grado o contra su
voluntad. Y comenzando dice así:
La muerte
Yo soy la Muerte cierta a todas las criaturas
que son y serán en el mundo durante.
Demando y digo: ¡Oh, hombre!, ¿por qué cuidar
de vida tan breve en momento pasante?
Pues no hay tan fuerte ni recio gigante
que de este mi arco se pueda amparar;
conviene que mueras cuando lo dispare,
con esta mi flecha cruel traspasante.
¿Qué locura es ésta tan manifiesta
que piensas tú, hombre, que algún otro muera
y tú quedarás por tener bien compuesta
la complexión y la cual perdurará?
No eres cierto si en un instante llega
sobre ti, de súbito, una corrupción
de landre o carbunco, o tal implisión
que en tu vil cuerpo se desatará.
¿O piensas que por ser mancebo valiente
o niño de días lejos estaré
y hasta que llegues a viejo impotente
yo mi visita retrasaré?
Avísate bien que yo llegaré
a ti a deshoras, que no tendré cuidado
en que seas mancebo o viejo cansado;
que cual te halle, tal te llevaré.
La plática muestra ser pura verdad,
que en esto que digo error no hay;
El Emperador
.¿Qué cosa es ésta, que así, sin temor,
me lleve a su danza, a fuerza, obligado?
Creo que es la muerte: no siente dolor
de nadie, ya sea grande o cuitado.
¿Acaso no hay rey o algún duque esforzado
que de ella me pueda ahora defender?
¡Socorredme todos! Mas no puede ser,
que ya tengo de ella todo el seso turbado.
La Muerte.
Emperador muy grande, en el mundo potente,
no os preocupéis, que no es tiempo tal
que pueda libraros ni mando, ni gente,
ni oro, ni plata, ni otro metal.
Aquí perderéis ya vuestro caudal,
que atesorasteis con gran tiranía,
librando batallas de noche y de día.
Morid sin cuidado. Venga el cardenal.
de cómo la Muerte dice y avisa a todas las
criaturas que presten atención a la brevedad
de su vida, y que a ella den su justo valor.
Y así mismo les dice y avisa que vean y oigan bien lo que
los sabios pedricadores les dicen y amonestan cada
día, dándoles buen y sano consejo para que pugnen
en hacer buenas obras, para que alcancen el perdón
de sus pecados. Y luego muestra lo que dice, llama
y requiere a todos los estados del mundo, por experiencia,
para que vengan de buen grado o contra su
voluntad. Y comenzando dice así:
La muerte
Yo soy la Muerte cierta a todas las criaturas
que son y serán en el mundo durante.
Demando y digo: ¡Oh, hombre!, ¿por qué cuidar
de vida tan breve en momento pasante?
Pues no hay tan fuerte ni recio gigante
que de este mi arco se pueda amparar;
conviene que mueras cuando lo dispare,
con esta mi flecha cruel traspasante.
¿Qué locura es ésta tan manifiesta
que piensas tú, hombre, que algún otro muera
y tú quedarás por tener bien compuesta
la complexión y la cual perdurará?
No eres cierto si en un instante llega
sobre ti, de súbito, una corrupción
de landre o carbunco, o tal implisión
que en tu vil cuerpo se desatará.
¿O piensas que por ser mancebo valiente
o niño de días lejos estaré
y hasta que llegues a viejo impotente
yo mi visita retrasaré?
Avísate bien que yo llegaré
a ti a deshoras, que no tendré cuidado
en que seas mancebo o viejo cansado;
que cual te halle, tal te llevaré.
La plática muestra ser pura verdad,
que en esto que digo error no hay;
El Emperador
.¿Qué cosa es ésta, que así, sin temor,
me lleve a su danza, a fuerza, obligado?
Creo que es la muerte: no siente dolor
de nadie, ya sea grande o cuitado.
¿Acaso no hay rey o algún duque esforzado
que de ella me pueda ahora defender?
¡Socorredme todos! Mas no puede ser,
que ya tengo de ella todo el seso turbado.
La Muerte.
Emperador muy grande, en el mundo potente,
no os preocupéis, que no es tiempo tal
que pueda libraros ni mando, ni gente,
ni oro, ni plata, ni otro metal.
Aquí perderéis ya vuestro caudal,
que atesorasteis con gran tiranía,
librando batallas de noche y de día.
Morid sin cuidado. Venga el cardenal.