Medea
Diálogo entre Medea y Jasón
Jasón.- Pobre Medea...
Medea.- (se yergue delante de él como una furia) ¡Te prohíbo la piedad!
Jasón. -¿Me permites el desprecio? ¡Pobre Medea, estorbo de ti misma! Pobre Medea a quien el mundo jamás remite sino a Medea. Puedes prohibir la compasión. Nadie tendrá compasión de ti nunca. Y si hoy me enterara de tu historia, yo tampoco podría tenerla. El hombre Jasón te juzga junto con los otros hombres. Y tu caso está decidido para siempre. ¡Medea! Sin embargo es un hermoso nombre, sólo tú habrás sido su única dueña en este mundo. ¡Orgullosa! Al rinconcito oscuro donde escondes tus alegrías llévate ésta: nunca habrá otras Medeas en esta tierra. Las madres nunca llamarán a sus hijas con ese nombre. Estarás sola, hasta el fin de los tiempos, como en este instante.
Medea.- ¡Me alegro!
Jasón.- ¡Te alegras! Yérguete, aprieta los puños, escupe, patalea… Cuantos más seamos a juzgarte, a odiarte, mejor será ¿no es cierto? Más se ampliará el círculo a tu alrededor, más sola estarás, más daño tendrás para odiar mejor tú también, mejor será. Pues bien, esta noche no estás sola, lo siento... Yo, que más he padecido por ti, yo a quién elegiste entre todos para devorar, tengo piedad de ti.
Medea.- No.
Jasón.- Tengo piedad de ti, Medea, que sólo te conoces a ti misma que no puedes dar sino para tomar, tengo piedad de ti, siempre ligada a ti misma, rodeada de un mundo visto por ti...
Medea.- ¡Guárdate tu compasión! Medea herida es temible todavía. ¡Mejor es que te defiendas!
Jasón.- Pareces una bestezuela despanzurrada, que se debate enredada en sus tripas y todavía baja la cabeza: para atacar.
Medea.- La cosa se pone fea, Jasón, para los cazadores que se permiten esos enternecimientos en lugar de volver a cargar el arma. ¿Sabes todo lo que puedo todavía?
Jasón.- Sí, lo sé.
Medea.- ¡Sabes que no me enterneceré, que no empezaré a apiadarme a último momento! ¿Me has visto hacer frente y arriesgarlo todo otras veces, por mucho menos?
Jasón.- Sí.
Medea.- (grita) ¿Entonces qué quieres? ¿Por qué vienes a embrollarlo todo de pronto con tu compasión? Soy vil, lo sabes. Te he traicionado como a los demás. Sólo sé hacer daño. No puedes más conmigo y presientes qué crimen preparo. ¡Cuídate, vamos! ¡Retrocede! ¡Llama a los otros! ¡Defiéndete en lugar de mirarme así!
Jasón.- No.
Medea.- ¡Soy Medea ¡Soy Medea te equivocas! Medea que jamás te ha dado sino vergüenza. He mentido, he trampeado, he robado, soy sucia... Por mi causa huyes y todo está manchado de sangre a tu alrededor. Soy tu desgracia, Jasón, tu úlcera, tus costras. Soy tu juventud perdida, tu hogar disperso, tu vida errante, tu soledad, tu mal vergonzoso. Soy todos los gestos sucios y todos los pensamientos sucios. Soy el orgullo, el egoísmo, la crápula, el vicio, el crimen. ¡Hiedo! ¡Hiedo. Jasón! Todos me temen y retroceden. Sin embargo tú sabes que soy todo eso y que pronto seré la decadencia, la fealdad, la vejez rencorosa. Todo lo negro y feo que hay en la tierra, yo lo he recibido en depósito. Entonces, si lo sabes, ¿por qué no dejas de mirarme así? No quiero saber nada de tu niño. No quiero saber nada de tus ojos buenos. (Grita delante de él) ¡Detente, detente, Jasón, o te mato enseguida para que no sigas mirándome así!
Jasón.- (suavemente) Tal vez sería lo mejor, Medea. "
Medea.- (se yergue delante de él como una furia) ¡Te prohíbo la piedad!
Jasón. -¿Me permites el desprecio? ¡Pobre Medea, estorbo de ti misma! Pobre Medea a quien el mundo jamás remite sino a Medea. Puedes prohibir la compasión. Nadie tendrá compasión de ti nunca. Y si hoy me enterara de tu historia, yo tampoco podría tenerla. El hombre Jasón te juzga junto con los otros hombres. Y tu caso está decidido para siempre. ¡Medea! Sin embargo es un hermoso nombre, sólo tú habrás sido su única dueña en este mundo. ¡Orgullosa! Al rinconcito oscuro donde escondes tus alegrías llévate ésta: nunca habrá otras Medeas en esta tierra. Las madres nunca llamarán a sus hijas con ese nombre. Estarás sola, hasta el fin de los tiempos, como en este instante.
Medea.- ¡Me alegro!
Jasón.- ¡Te alegras! Yérguete, aprieta los puños, escupe, patalea… Cuantos más seamos a juzgarte, a odiarte, mejor será ¿no es cierto? Más se ampliará el círculo a tu alrededor, más sola estarás, más daño tendrás para odiar mejor tú también, mejor será. Pues bien, esta noche no estás sola, lo siento... Yo, que más he padecido por ti, yo a quién elegiste entre todos para devorar, tengo piedad de ti.
Medea.- No.
Jasón.- Tengo piedad de ti, Medea, que sólo te conoces a ti misma que no puedes dar sino para tomar, tengo piedad de ti, siempre ligada a ti misma, rodeada de un mundo visto por ti...
Medea.- ¡Guárdate tu compasión! Medea herida es temible todavía. ¡Mejor es que te defiendas!
Jasón.- Pareces una bestezuela despanzurrada, que se debate enredada en sus tripas y todavía baja la cabeza: para atacar.
Medea.- La cosa se pone fea, Jasón, para los cazadores que se permiten esos enternecimientos en lugar de volver a cargar el arma. ¿Sabes todo lo que puedo todavía?
Jasón.- Sí, lo sé.
Medea.- ¡Sabes que no me enterneceré, que no empezaré a apiadarme a último momento! ¿Me has visto hacer frente y arriesgarlo todo otras veces, por mucho menos?
Jasón.- Sí.
Medea.- (grita) ¿Entonces qué quieres? ¿Por qué vienes a embrollarlo todo de pronto con tu compasión? Soy vil, lo sabes. Te he traicionado como a los demás. Sólo sé hacer daño. No puedes más conmigo y presientes qué crimen preparo. ¡Cuídate, vamos! ¡Retrocede! ¡Llama a los otros! ¡Defiéndete en lugar de mirarme así!
Jasón.- No.
Medea.- ¡Soy Medea ¡Soy Medea te equivocas! Medea que jamás te ha dado sino vergüenza. He mentido, he trampeado, he robado, soy sucia... Por mi causa huyes y todo está manchado de sangre a tu alrededor. Soy tu desgracia, Jasón, tu úlcera, tus costras. Soy tu juventud perdida, tu hogar disperso, tu vida errante, tu soledad, tu mal vergonzoso. Soy todos los gestos sucios y todos los pensamientos sucios. Soy el orgullo, el egoísmo, la crápula, el vicio, el crimen. ¡Hiedo! ¡Hiedo. Jasón! Todos me temen y retroceden. Sin embargo tú sabes que soy todo eso y que pronto seré la decadencia, la fealdad, la vejez rencorosa. Todo lo negro y feo que hay en la tierra, yo lo he recibido en depósito. Entonces, si lo sabes, ¿por qué no dejas de mirarme así? No quiero saber nada de tu niño. No quiero saber nada de tus ojos buenos. (Grita delante de él) ¡Detente, detente, Jasón, o te mato enseguida para que no sigas mirándome así!
Jasón.- (suavemente) Tal vez sería lo mejor, Medea. "
Monólogo de Medea
Medea.- ¡Oh, mujeres corintias! Salgo de casa por que reproches no me hagáis; pues, mientras sé que muchos hombres, tanto en privado como en el trato externo, orgullosos realmente se vuelven, a otros hace pasar por indolentes su tranquilo vivir. Que no son siempre justos los ojos de la gente y hay quien, no conociendo bien la entraña del prójimo, le contempla con odio sin que haya habido ofensa. Y, si debe el de fuera cumplir con la ciudad, no alabo al ciudadano que amargo y altanero con los demás se muestra por su falla de tacto. Pero a mí este suceso que inesperado vino me ha destrozado el ánimo; perdida estoy, no tengo ya a la vida afición; quiero morir, amigas. Porque mi esposo, el que era todo para mí, como sabe él muy bien, resulta ser el peor de los hombres. De todas las criaturas que tienen mente y alma no hay especie más mísera que la de las mujeres. Primero han de acopiar dinero con que compren un marido que en amo se torne de sus cuerpos, lo cual es ya la cosa más dolorosa que hay. Y en ello es capital el hecho de que sea buena o mala la compra, porque honroso el divorcio no es para las mujeres ni el rehuir al cónyuge. Llega una, pues, a nuevas leyes y usos y debe trocarse en adivina, pues nada de soltera aprendió sobre cómo con su esposo portarse. Si, tras tantos esfuerzos, se aviene el hombre y no protesta contra el yugo, vida envidiable es ésta; pero, si tal no ocurre, morirse vale más. El varón, si se aburre de estar con la familia, en la calle al hastío de su humor pone fin; nosotras nadie más a quien mirar tenemos. Y dicen que vivimos en casa una existencia segura mientras ellos con la lanza combaten, mas sin razón: tres veces formar con el escudo preferiría yo antes que parir una sola. Pero el mismo lenguaje no me cuadra que a ti: tienes esta ciudad, la casa de tus padres, los goces de la vida, trato con los amigos, y en cambio yo el ultraje padezco de mi esposo, que de mi tierra bárbara me raptó, abandonada, sin patria, madre, hermanos, parientes en los cuales pudiera echar el ancla frente a tal infortunio. Mas, en fin, yo quisiera de ti obtener sólo esto, que, si un medio o manera yo encuentro de vengar el mal que mi marido me ha hecho, callada sepas estar. Pues la mujer es medrosa y no puede aprestarse a la lucha ni contemplar las armas, pero, cuando la ofenden en lo que toca al lecho,
nada hay en todo el mundo más sanguinario que ella.
nada hay en todo el mundo más sanguinario que ella.