En la consigna de Greyhound
En las profundidades de la Terminal de la Greyhound
sentado como un estúpido sobre un camión de equipaje mirando al
cielo esperando la salida del Expreso de Los Ángeles
preocupándome acerca de la eternidad sobre el tejado de la Oficina
de correos en el cielo rojo de la noche del centro de la ciudad,
mirando con pasmo a través de mis gafas me di cuenta estremecido
de que estos pensamientos no eran la eternidad,
ni tampoco la pobreza de nuestras vidas, irritables encargados de equipajes,
ni tampoco los millones de sollozantes parientes que rodeaban los autobuses diciendo adiós,
ni tampoco otros millones de pobres apresurándose
de ciudad en ciudad para ver a las personas amadas,
ni tampoco un indio muerto de miedo hablando con gigantesco poli
junto a la máquina expendedora de Cola,
ni tampoco esta temblorosa anciana con su bastón que emprende el
último viaje de su vida,
ni tampoco el cínico portero de la gorra roja que recoge sus propinas
y sonríe mirando el machacado equipaje,
ni tampoco yo mirando en derredor mío al horrible sueño, ni tampoco el mostachudo empleado negro de Operaciones llamado
Spade, repartiendo con su maravillosa larga mano el
destino de miles de paquetes express,
ni tampoco el marica Sam en el sótano cojeando de plúmbeo baúl en baúl
ni tampoco Joe en el mostrador con su crisis nerviosa sonriendo cobardemente a los clientes,
ni tampoco el ático gris verdoso estómago de ballena
donde guardamos el equipaje en detestables estanterías,
centenares de maletas repletas de tragedia balanceándose
de un lado para otro esperando ser abiertas,
ni tampoco el equipaje que se pierde, ni tampoco las asas rotas,
las desvanecidas placas de identificación, los alambres reventados & las cuerdas rotas
los baúles enteros reventando sobre el suelo de cemento,
ni las talegas de marinero vaciadas de noche en el almacén final.
sentado como un estúpido sobre un camión de equipaje mirando al
cielo esperando la salida del Expreso de Los Ángeles
preocupándome acerca de la eternidad sobre el tejado de la Oficina
de correos en el cielo rojo de la noche del centro de la ciudad,
mirando con pasmo a través de mis gafas me di cuenta estremecido
de que estos pensamientos no eran la eternidad,
ni tampoco la pobreza de nuestras vidas, irritables encargados de equipajes,
ni tampoco los millones de sollozantes parientes que rodeaban los autobuses diciendo adiós,
ni tampoco otros millones de pobres apresurándose
de ciudad en ciudad para ver a las personas amadas,
ni tampoco un indio muerto de miedo hablando con gigantesco poli
junto a la máquina expendedora de Cola,
ni tampoco esta temblorosa anciana con su bastón que emprende el
último viaje de su vida,
ni tampoco el cínico portero de la gorra roja que recoge sus propinas
y sonríe mirando el machacado equipaje,
ni tampoco yo mirando en derredor mío al horrible sueño, ni tampoco el mostachudo empleado negro de Operaciones llamado
Spade, repartiendo con su maravillosa larga mano el
destino de miles de paquetes express,
ni tampoco el marica Sam en el sótano cojeando de plúmbeo baúl en baúl
ni tampoco Joe en el mostrador con su crisis nerviosa sonriendo cobardemente a los clientes,
ni tampoco el ático gris verdoso estómago de ballena
donde guardamos el equipaje en detestables estanterías,
centenares de maletas repletas de tragedia balanceándose
de un lado para otro esperando ser abiertas,
ni tampoco el equipaje que se pierde, ni tampoco las asas rotas,
las desvanecidas placas de identificación, los alambres reventados & las cuerdas rotas
los baúles enteros reventando sobre el suelo de cemento,
ni las talegas de marinero vaciadas de noche en el almacén final.